«Me ponían en un baúl para entrarme a los hoteles»: Sandra Ferrinni, 37 años víctima de una red de trata

Sandra tenía 8 años el día que la llevaron a la casa de su vecino. Un hombre, que para ella, formaba parte de una familia perfecta, era muy buen amigo de sus padres y tenía una bella esposa por la que pondría las manos en el fuego. El recuerdo de ese día es difuso, quizá sea por lo duro que es rememorarlo o por los tantos golpes que recibió a lo largo de su vida. Hoy, 50 años después, en aquella casita del Cerrito de la Victoria −barrio centro/norte de Montevideo, Uruguay− Sandra puede decir:


“Tenía una persona arriba de mí, me estaba penetrando, me dolía. Me decía cosas lindas y mi madre me estaba esperando afuera. Pensé que eso era algo que pasaba. Algo normal.”

Sandra Ferrinni

Ese mismo día, el hermano menor de su madre la fue a visitar. Abusó de ella. La niña prometió silencio. “Si hablás mato a tu padre”, le dijo. Y la pequeña calló. Ese fue el día en que Sandra se convirtió en “mercancía”. 
Una realidad con la que conviviría los próximos 37 años de su vida.

De la casa de su vecino pasó a muchas otras del barrio. Algunos no sabían, otros sí y prefirieron mirar a un costado. Cumplió 14 y una luz pareció aparecer en su camino. Su madre le presentó a Dante, un hombre que la iba a querer. «Era un ladrón», pero no le importaba porque iba a vivir con él, porque no tendría que ir de “visita” a lo de los vecinos y porque su única preocupación sería tener la casa limpia y la comida pronta para cuando llegase.

Era una niña, hoy dice que ingenua al creer en él. A los pocos días de su traslado, la realidad se presentó. Dante no sería su novio, sino su proxeneta y su madre no le había dado una alternativa, la había vendido. Sandra debió pararse desde la mañana hasta la madrugada en Bulevar Artigas y Francisco Gallinal donde era vendida en “paquetes de a tres”.

“Allí habían muchas otras mujeres que ofrecían salir de a tres llevando a una niña. Me ponían en un baúl para entrarme a los hoteles y que nadie se enterara.”

Sandra Ferrinni

Sandra era una adolescente. Una de las más de 2 millones que hoy son víctimas de explotación sexual, comercial o laboral en América Latina, según datos de la Organización Internacional del Trabajo. El dinero recaudado, fruto de la venta de su cuerpo, era dividido entre quien había prometido ser el amor de su vida y la mujer que la trajo al mundo.

Sandra había caído en una red de trata de personas, una organización que la llevó a Argentina donde la obligaron a prostituirse en whiskerías de la Aduana. Para ese entonces la chica era un “producto” internacional.

Más tarde la trasladaron a Paysandú –departamento de Uruguay− donde la obligaron a sacarse un pasaporte bajo una promesa: “Seis meses de ‘trabajo’ en España y luego libertad”. Pero ese no fue más que el inicio de su nuevo infierno.

“Los pasaportes no son falsos. Hice la cola, puse mi huella, mi firma, mi foto, pagué. Con esto estoy hablando de corrupción”, afirmó Sandra. Con los años, y gracias a las investigaciones de la periodista María Urruzola, pudo desmontarse la parte de las redes de trata que contaba con el apoyo del Estado.

Con el pasaporte en mano la subieron a un avión. En ese primer viaje iban siete chicas más. Las custodiaban tres proxenetas. Tenían prohibido ir al baño, hablar o hacer contacto visual con nadie. Las posibilidades de escapar eran mínimas y ante ellas la amenaza de que podían matar a su padre se hacía presente para que cambiara de opinión.

“Cuando vos estas dentro de una red no podés mirar a los proxenetas a los ojos, no podes hablar ni siquiera. Hay mucho miedo, temor constante”.

Sandra Ferrinni

Casi a un mes de estar en España Sandra confirmaba sus sospechas: la promesa de libertad no era más que una ilusión. Tenía que escapar si quería volver a ver a su padre. El único motivo por el que no bajó los brazos. Un hombre que trabajaba 18 horas al día, ajeno al calvario que sufría su hija.

Los proxenetas le habían dejado algo bien claro: “Prohibido hablar con los gitanos”. Sandra sabía muy bien que cualquier cosa que se le impidiera podría significar una escapatoria. Así fue. Con sigilo se acercó a un bar, cercano a la plaza donde ofrecía sus servicios por 34.000 pesetas por 15 minutos de sexo, y le rogó a un gitano que la ayudara a escapar. A la mañana siguiente estaba en Madrid con el dinero suficiente para que el Consulado de Uruguay la devolviera a su país.

Sandra creyó que «volvería a ser una persona». Por fin dejaría de ser mercancía. Se equivocó. En cuanto llegó a Montevideo, con el anhelo de volver a ver a su padre, su madre la esperaba, y junto con ella, la esquina donde cayó en la red por primera vez. De allí fue a parar a Brasil y de ahí a Italia.

Fuente: Teledoce

En Europa fue vendida en varias organizaciones hasta que la trasladaron a Milán donde vivió en una casa con muchas otras mujeres. Ni siquiera puede recordar la cantidad de víctimas implicadas en la red que la sacó de su país y luego de su continente.

En Italia Sandra valía 1.000 dólares, en España el doble. El negocio de la trata de personas es el más lucrativo en el mundo luego del tráfico de armas y drogas. En medio de la confusión un nuevo hombre entró en su vida, alguien que estaba dispuesto a pagar el precio de una noche por sacarla a cenar.

“Me llevó un trajecito con zapatos y yo estaba re contenta, vestida de señora. Fuimos a cenar dos o tres veces. Para mí era el príncipe azul, yo estaba enamorada de él porque me sacaba.”

Sandra Ferrinni

Con su príncipe tuvo un hijo. Un niño a quien parió en un patio con la ayuda de una prostituta. Un niño que la red le quitó de sus manos tres días después. Nuevamente Sandra estaba sola, el padre de su hijo había caído preso y los proxenetas irían tras ella. No tardaron en encontrarla.

“Me dieron la paliza de mi vida. Me cargaron a un camión. El proxeneta me destrozó, me puso tijeras adentro de la vagina, me cortó el pelo, estuvo pegándome durante 45 minutos. La gente del pueblo, un lugar donde se trabajaba mucho la tierra, con las palas y los escardillos le pagaba al camión.”

Sandra Ferrinni

Por mucho que intentaron no pudieron hacer nada. Sandra terminó en el hospital con tumores en la cabeza y lesiones graves producto de los golpes. Se recuperó. Creyó ser libre. Consiguió trabajo en un canal de televisión. Error. Debía mantener el perfil bajo.

Una vez dentro es difícil salir y cuanto más pase el tiempo, más formas de amenaza se presentan para retener a las víctimas. Sandra tuvo cuatro hijos, uno murió a los pocos días de nacer, otro se suicidó. Ella también intentó hacerlo en cuatro ocasiones. Su tercer niño lo tuvo en Milán y la red lo raptó. Al cuarto no lo ve desde que su historia se hizo pública con el estreno de la película uruguaya Tan frágil como un segundo en el 2014.

Era el tercer día de salida al aire en el programa en el que trabajó, la esperaron a la salida del estudio. Todo inició nuevamente de cero. Ahora no solo tenía miedo por ella y por su padre, sino también por su niño.

Sandra era, por tercera vez, mercancía. Un simple trozo de carne, no se sentía persona. La red que le cobró tres hijos, un compañero de vida, varias “colegas”, su infancia y, en definitiva, su vida; irónicamente le devolvería la libertad por un capricho: un desayuno frustrado y una venganza inocente cuyo desenlace fue el inicio de su nueva vida.

Luego de varios días de cautiverio le habían permitido salir, junto con otra chica, a desayunar a un bar. Todo un lujo. Pidió un sándwich y lo disfrutó como si fuera un “regalo de navidad”. Llegó uno de los proxenetas al local, no estaba de acuerdo con ello, y las obligó a subir al auto para regresar.

El hombre iba adelante, acompañado por su mujer, Sandra iba atrás procurando manchar el tapizado del coche con las migas de aquél desayuno que estaba dispuesta a disfrutar. Esa era su venganza. La luz del semáforo se puso roja, el proxeneta frenó, el camión que venía detrás no. Chocaron. El accidente múltiple salió en las portadas de todos los diarios: más de diez coches colisionaron en cadena. Nada se habló del proxeneta, su mujer y las dos chicas que iban en la parte de atrás con un destino: ser explotadas sexualmente.

“Por lo que me contaron los bomberos demoraron 7 horas en sacarme de entre los fierros retorcidos. Tuve siete fracturas en la cadera, tres en la pelvis, todas las costillas rotas, 54 puntos en la cabeza, un brazo roto, un pulmón y un riñón perforado.”

Sandra Ferrinni

Luego del rescate llegó al hospital, el pronóstico no era bueno. Probablemente no podría volver a caminar y eso significaba que ya no sería útil. Por el momento creyó que tendría un respiro. Pero, el mismo día en el que llegó, un enfermero la violó. Ella lo denunció ante el médico quien no hizo más que contactarse con su proxeneta. No solo no servía más, sino que ahora tenían que callarla.

“Cuando ellos –los de la red- vinieron, yo me hice la dormida. Entonces escuché que les dijeron: ‘Llévatela’. Ellos contestaron: ‘La vamos a tirar en el campo y de noche le pegamos un tiro y ya está, porque ella sabe mucho’. Otro dijo: ‘y si la dejamos y que se muera ahí’. Pero le dijeron: ‘no, mirá si la salva alguien’.”

Sandra Ferrinni

Sandra debía hacer algo o esa sería su última noche. Como pudo pidió para ir al baño y durante el trayecto se las arregló para robar un celular. Lo escondió en el pañal que le habían puesto. Tenía dos números en la cabeza y uno de ellos podría significar su salvación. Lo marcó, pidió ayuda y escapó a la plantación de choclos que había en frente al nosocomio.

El tiempo pasó y comenzó a escuchar movimiento. La estaban buscando para matarla o la ayuda había llegado. No podía gritar, hasta hacía unas horas estaba intubada, comenzó a mover las hojas de la plantación, se arriesgó y corrió con suerte. La salvaron.

Durante un año y dos meses estuvo en período de recuperación, un tiempo durante el cual su rescatista la acompañó y acogió en su casa. “Me salvé porque era mercadería para descartar”, afirma.

Según el último informe de la embajada de Estados Unidos en Uruguay, a propósito del tráfico y explotación de personas, el país no cumple con los requisitos mínimos para evitar que el negocio de trata de personas prospere. Está calificado como un territorio de origen, tránsito y destino.

En los últimos cinco años, según cifras reveladas por la ONG El Paso, se atendieron más de 500 casos de trata en Montevideo. En el 2016 más de 300 adolescentes fueron víctimas de explotación en Uruguay, para el 2017, 131 mujeres se sumaron a la lista.

Hoy Sandra tiene marcas en el cuerpo de los golpes que recibió. Un par de cicatrices en los senos, que tuvieron que extirparle a consecuencia de las cantidades de aceite de avión que le inyectaron porque era “chatita”. También tiene pequeños tumores en el cerebro, secuela de la “paliza” que le dieron en aquél camión. Pero también tiene fuerzas para luchar.

En la actualidad es la presidenta de la Red Anti Trata y Tráfico (RATT) internacional en Uruguay. También forma parte de la ONG El Paso y desarrolla la Fundación Sandra Ferrinni. Un proyecto que inició en el galpón de su casa una vez que regresó a Uruguay acogiendo a cuatro chicas víctimas de una red de trata. La asociación se encuentra en vías de desarrollo porque para su fundadora es necesaria una respuesta más rápida:


“Mis tiempos no son los que tiene el gobierno, son los que tienen las víctimas, que es nada. Son segundos, porque en un segundo desapareces.”

Sandra Ferrinni

Fuente: El Espectador
Testimonio obtenido de: 
Teledoce
970AM Universal
  Hemisferio Izquierdo TV
Canal 10
Imagen de portada:
Tan frágil como un segundo, película.

Deja un comentario